1.- Reconoce la situación de adversidad. La comparte con su
equipo y toda la organización que lidera. Esta es la situación nos guste ó no,
dice a su gente. Habla claro para que le entienda todo el mundo. Utiliza un
lenguaje directo y sin expresiones retóricas.
2.- Marca objetivos claros. Indica sin ambigüedad hacia
dónde hay que empujar para no desperdiciar el talento, la energía y los
recursos. El líder es el primero en remangarse. Y empuja, siempre el primero,
con determinación y sin un gramo de arrogancia. Y es muy exigente con los
equipos, pero sobre todo con él mismo. No se esconde y se hace más visible y
cercano que nunca con su gente para dar ejemplo y conseguir el compromiso de
todos.
3.- No tira nunca la toalla. No renuncia nunca a los
objetivos por muy difíciles que sean. Sabe muy bien que si muestra algún
síntoma de debilidad nadie le seguirá. Resiste y pide resistencia a su gente.
Sabe que si baja los brazos, una sola vez, puede acostumbrarse.
4.- Siempre respeta a sus equipos, a su gente. Por difícil
que sean las situaciones no pierde nunca los papeles. Sabe bien que si no trata
con respeto a sus equipos, a toda la organización, perderá autoridad y, además,
se quedará solo aunque se crea acompañado.
Sabe también que el respeto y la autoridad, no el poder, se
ganan respetando siempre a la gente. Siempre.
5.- Da confianza y empowerment a los equipos. Y comprueba
que la mayoría responde positivamente a esa confianza y observa como crece el
compromiso de cada persona con el proyecto y los objetivos. Sabe delegar y
pedir responsabilidad. Lo uno sin lo otro no es efectivo. Sabe lo potentes que
son los equipos cuando tienen espacio suficiente para moverse.

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