Por la misma razón que uno se siente creativo un sábado a la
mañana, a las 4 a. m. el cerebro está más alerta por la falta de estímulos que
distraigan de la meta principal y alienta fantasías de destrucción impiadosa de
la competencia. Bien despierto, se repite para sí mismo un mantra que confirma
su astucia: "Cocodrilo que se duerme es cartera".
El exitoso mantiene sus promesas, no importa lo pequeñas que
sean. El exitoso conoce la diferencia entre ser un líder y ser un jefe, aunque
no pueda explicarla con palabras. El exitoso hace muchas preguntas, toma nota
de todo, no se avergüenza de sus fracasos (es más: los convierte en obstáculos
severos de una vida condenada al éxito), es muy organizado y planifica el
descanso con el rigor de un general en su laberinto: cada tantas horas, días,
semanas o meses se recompensa con ocio programado, no para entregarse a la
lasitud de los flojos, sino para reorganizar sus fuerzas y preparar el
siguiente ataque.
Pero, acaso más importante que todo, sabe contar historias:
construye una épica de sí mismo. Si una tradición literaria hizo del self made
man un modelo de héroe contemporáneo, entiende que las empresas, los negocios y
las marcas se fundan sobre mitologías. Nadie se conmueve ante una planilla de
cálculo o frente a una presentación en PowerPoint, pero todos llevamos bordado
un logo bien cerca del corazón.
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