Muy a
menudo solemos quedarnos con las primeras impresiones de las personas que
llegan a nuestras vidas. Pareciera que ese primer momento en el que entramos en
contacto con alguien que nos es desconocido tuviese la más fuerte capacidad de
predisponernos, razón por la cual, muchas veces nos quedamos con prejuicios que
lo único que hacen es privarnos de conocer verdaderamente a quien llega a la
vera u orilla de nuestro camino.
Creamos las
primeras impresiones, por lo general, después de haber simplificado la
información que nos provee nuestro entorno, permitiendo que nuestro corazón
cuán niño caprichoso haga señalamientos y dé espaldarazos o confirmaciones sin
tan siquiera detenerse a pensar en la religiosidad de su actuar. Es natural que
nos veamos golpeados por un sin número de estímulos exteriores: escuchamos una
cosa, vemos otra y terminamos por palpar o probar una opción diferente a todas
las anteriores, pero…
¿Vale la
pena quedarnos con nuestros primeros pensamientos prejuiciosos?
La sociedad
nos ha dicho que si una mujer es bonita no puede ser inteligente, que si una
persona tiene dinero no se preocupa por aquellos que pasan hambre, que si
quieres ser una buena persona entonces deberás temerle al “qué dirán”, que un
ser que ha nacido en la pobreza jamás podrá adquirir bienes materiales
costosos… Nos han dado tantas y tantas creencias vanas… Y nosotros en lugar de
combatirles nos hemos quedado reforzándoles, como si las personas fueran parte
de un diccionario de enormes proporciones que les determinan al pie de la
letra, paso a paso su forma de ser en el mundo.
Debemos
dejar de ser facilistas y perezosos
¡Sí!
¡Facilistas y perezosos! Porque lo que hacemos al crearnos primeras impresiones
es evitarnos el trabajo de decidir, ya que así no tendremos que pensar si una
persona escapa o no a nuestros señalamientos, sino que simplemente le
condenaríamos sin darle el derecho a defenderse. Pero cuando compramos el
boleto para “ahorrarnos” la tarea de decidir, también adquirimos un inmenso y
rescatable bono: el error, puesto que cuando nos dedicamos a suponer algo de
una persona sin comprobarlo, lo más probable es que nos equivoquemos, pues no
hemos actuado según la situación, sino según nuestras necesidades, deseos,
miedos, intenciones, entre otros.
No es
bonito prejuzgar a alguien
O, ¿a ti te
gustan que lo hagan contigo? ¿Te satisface que la gente se forme una idea de ti
en base a tu aspecto físico? ¿Te agrada que los demás digan cómo eres sólo
porque naciste en un determinado lugar? ¿No?
¿Tú por qué
lo haces?
¿Acaso
prejuzgar y quedarte con las “primeras impresiones” te hace feliz? ¿Has ganado
mucho por ello? No. Por el contrario, cuando te formas una idea negativa de una
persona, lo que haces es guardar en tu corazón una ruta que seguirás al
comportarte frente a ella; y como no tienes ideas positivas (¿adivina que?)
Tampoco obtendrás resultados positivos.
Dejemos de
distorsionar a quienes nos rodean, echemos a la cesta de la basura todo aquello
que nos puede hacer pensar mal de alguien que no conocemos. Somos seres humanos
maravillosos, nuestro principal encanto reside en la diferencia ¿por qué
habríamos de cambiar para dar “buenas” primeras impresiones, cuando lo realmente
importante es dejar una eterna impresión de amor en el alma?


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